Santiago - Chile
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“Lo que debe hacer el cerebro es almacenar la información justa que nos permita generalizar para entender un mundo en continuo cambio. La memoria no es un almacén, sino un proceso en movimiento”, señala Canals. De hecho, aclara que, cada vez que recordamos, exponemos la información al momento presente y eso implica que se reescribe, por lo tanto, nada es inamovible o estático en la memoria.
Los astrocitos, que hasta hace poco eran considerados meros actores secundarios en la operación de la memoria, paracen no limitar su rol sólo a asegurarse de que las neuronas reciban suficientes nutrientes, sostenerlas en su posición y retirar la basura molecular. En 2023, un estudio demostró que, sin ellas, no se pueden consolidar los recuerdos a largo plazo, aunque esto es sólo el comienzo, ya que una investigación publicada por la revista Science a principios de año mostraba que las células de la microglía, unos macrófagos especializados en limpiar el cerebro, también absorben y borran los recuerdos sin importancia. Según Chao Wang y sus colegas de la facultad de Medicina de Hangzhou (China), "estas células se comportan como jardineros especializados en podar las sinapsis sobrantes", por lo que, sin ellas, olvidar sería imposible.
La clave está en optimizar
Es muy importante evitar caer en el error de considerar el olvido como un fallo de la memoria, ya que para estar sanos, tan importante es olvidar como recordar. Un estudio canadiense publicado en 2021 en la revista Neuron refiere que "lo que distingue la buena memoria de la mala memoria no es ser capaz de recordar más información durante mucho tiempo, sino optimizar lo que se recuerda." Recordarlo absolutamente todo es innecesario. Lo realmente adecuado es que el cerebro sea capaz de obviar los detalles irrelevantes para retener sólo lo que pueda ayudar a tomar mejores decisiones y, con ello, favorecer la adaptación. Si olvidamos lo intrascendente de manera controlada, tendremos más capacidad de generalizar y predecir lo que está por llegar y con ello de resolver de mejor manera las situaciones que se presentan. “Hace algún tiempo que sabemos que el olvido no es solo un proceso pasivo, de desgaste, sino que existen mecanismos cerebrales específicos para borrar información”, aclara Canals. “Es evidente —continúa—que no queremos recordar cada detalle de cada día que vivimos, entre otras cosas porque, como nos sugería el ensayista y poeta argentino Borges en Funes el memorioso, recordar un día nos llevaría veinticuatro horas”.
El poder de lo singular
"La memoria tiende a olvidarlo prácticamente todo, a no ser que resulte singular, a no ser que haya un cambio con respecto a la situación anterior. Es lo que llamamos novedad”, dice Canals. La novedad resulta, de hecho, uno de los principales tamices que utiliza nuestro cerebro para filtrar lo que entra en la memoria, según Bryan Strange, director del Laboratorio de Neurociencia Clínica del Centro de Tecnología Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid. “Si todos los días haces el mismo trayecto de casa al trabajo, en tu memoria no queda ni rastro de lo que sucede por el camino... salvo si un día te encuentras con un elefante cruzando un semáforo en pleno centro de la ciudad”, comenta Strange.
Dice Strange que este tipo de brechas entre las expectativas y la realidad aumenta de forma considerable la probabilidad de recordar para toda la vida una experiencia. Lo extraordinario siempre se hace un espacio en la memoria, porque viola cualquier predicción. “Lo que nos asusta o tiene un contenido emocional impactante también se nos queda grabado”, relata Strange. Concretamente, lo emocional hace que se libere noradrenalina, mientras que lo nuevo o sobresaliente dispara la dopamina. Ambos neurotransmisores activan esta función.
La memoria es subjetiva
Dice Canals que hay que quitarse de la cabeza esa idea de que la memoria es un registro objetivo de imágenes, olores y sonidos. “Las experiencias son una representación filtrada de lo sucedido —la propia retina preselecciona la información que verá el cerebro—, a la que le añadimos nuestro punto de vista” y aclara que dicho punto de vista “no es, ni más ni menos, que el matiz que aportan las experiencias previas, que a su vez se trasforman en expectativas”. Eso significa que gran parte de lo que vemos está condicionado por lo que esperamos ver. Por eso, el neurocientífico español está convencido que “hay tantos recuerdos de una misma experiencia como observadores”. Eso implica, además, que no se puede hablar de recuerdos falsos o verdaderos. “Solo hay recuerdos, sin adjetivo“, recalca Canals, añadiendo: “Si hilamos con lo anterior, son una representación de lo sucedido, pero solo aproximada, fruto de nuestra interpretación”.
La neurociencia confirma que, como decía aquel famoso poema de Ramón de Campoamor, "todo es según el color del cristal con que se mira". En la información que recibimos del exterior proyectamos, por lo tanto, nuestras expectativas y creencias personales y ambas se incorporan a nuestros recuerdos sin darnos cuenta. Entre los múltiples experimentos que lo confirman, Canals subraya algunos que sugieren que “el recuerdo de un acto violento presenciado por la noche, sin visibilidad, llevará asociado en la memoria a un criminal ‘invisible’ pero con un color de piel determinado dependiendo de a quién y dónde preguntemos”. Y, para concluir, propone una interesante pregunta para reflexionar: ¿cuántos presos no estarían ahora en la cárcel si aceptásemos las limitaciones de nuestra preciada memoria?
Equipo de Comunicaciones
Centro de Salud Integral Vitalmed
Fuente: https://www.muyinteresante.com/ciencia
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